Quien haya leído el magnífico artículo de este fin de semana en el que John Carlin comparó la afición por el fútbol con las recientes revueltas populares en Egipto igual ha pensado que sus palabras encierran una opinión frívola, un punto de vista de vista europeo y acomodaticio sin preocupaciones reales en la vida. Pero nada más lejos de la verdad, lo que Carlin hace con sorprendente acierto es definir la importancia (relativa) del deporte rey para sus millones de incondicionales seguidores.
Creo que a todos nosotros nos habrá pasado que en una conversación más o menos circunstancial habremos comentado que nos gustaba el fútbol; así, inocentemente y con cara de niños buenos... y prácticamente la totalidad de nosotros nos habremos encontrado en alguna ocasión con una solapada mueca de desprecio por parte de nuestro contertulio accidental: "Así que te gusta el fútbol...". Este comentario semiautomatizado, con una gran carga de condescendencia suele llegar en la mayoría de los casos de gente cuya cultura suele dejar mucho que desear (lo suficiente para ser condescendiente a su vez con personas que por lo general apenas conocen), pero que de todas maneras refleja una constante en los círculos "cultimodernos" de la España de nuestros días.
Por esto mismo hay que valorar en su justa medida el esfuerzo que se está llevando a cabo en Inglaterra por parte de escritores sin miedo al ninguneo intelectual de estos iluminados derviches de la cultura. Nick Hornby, autor de la declaración de amor por excelencia al deporte rey hecha novela (Fever Pitch, leéroslo ya) ya opinó sobre ello en esta entrevista hecha por el diario El País: "Cuando un periodista literario me pregunta que por qué tanta música o deporte en mis libros, yo respondo: '¿Por qué salen tan poco en los otros?'. La literatura seria refleja un mundo que murió hace 40 años." Y tiene toda la razón, mientras escritores pretéritos (y aceptados, y me encantan) como Dickens o Hemingway reflejaron para la posteridad el mundo que les había tocado vivir, el creador literario serio actual (occidental) parece forzado a repetir los paradigmas que estos maestros reflejaron en sus obras. ¿Y que cojones tiene que ver el fútbol en todo esto, os estaréis preguntando?. Pues poco y mucho, tal y como expone Carlin en el artículo con el que comenzaba este post:
"Es fuerte y auténtico lo que la gente siente en caso de victorias deportivas nacionales. Crece la autoestima patria y vecino se solidariza con vecino, aunque en el día a día no se lleven tan bien. Pero las similitudes entre una cosa y la otra no dejan de ser superficiales. Lo ocurrido en Egipto nos recuerda que, por mucha pasión que despierte el fútbol, no deja de ser un juego, un retorno a la infancia colectivo y fugaz.
España gana el Mundial o el Barcelona gana la Liga y todos a la calle a saltar. Pero el día siguiente, más allá de una sensación placentera de bienestar, nada sustancial ha cambiado en las vidas reales de los españoles o los culés. Más bien se empieza a pensar en el siguiente torneo, en los fichajes nuevos y en la ilusión y dudas que ambos despiertan. Es la diferencia entre una noche carnal con un extraño y una boda basada en el amor. Y en cuanto a los odios que genera el fútbol, son igual de juguetones."
Lo que Carlin quiere decir en este texto no es ni más ni menos que este deporte, el fútbol, tiene la mágica capacidad de ser lo más importante en algunos momentos mientras no lo es en absoluto en otros para millones de nosotros. Y esto, en el mundo en el que nos ha tocado vivir, es poco menos que un milagro. He hablado con mucha gente que tiene la convicción, y yo me incluyo, de que en los momentos de insomnio, ansiedad o preocupación en general lo más fácil para engañar a la mente es, simplemente, pensar en fútbol. Para muchos es algo así como una solución universal. Puedes intentarlo con cosas positivas: en tu abuela a la que adoras, en tus perspectivas de futuro o en una novia a la que amas con locura. Pero todos estos pensamientos "reales" siempre van a tener su reverso tenebroso (tu abuela se morirá, tus expectativas pueden venirse abajo o esa persona te puede dejar). Mientras, la componente benévola y neutra del fútbol es intrínseca a su propia idiosincrasia. Porque perder a un ser querido o una oportunidad son cosa que nunca volverán; pero perder un partido, o una competición, solo significa que en el futuro se volverá a tener la oportunidad de redimirse, al contrario que en la vida real. Es un ciclo sin fin.
Otro ejemplo en la literatura británica de como realmente se puede compaginar el deporte rey con las más lucidas reflexiones introspectivas ha sido el escocés Irvine Welsh. Todos recordaremos esa escena en Trainspotting (basada en una homónima novela suya, os recomiendo encarecidamente su segunda parte: Porno) en la que se sincroniza el polvo de Tommy (Kevin McKidd, posteriormente Lucio Voreno en Roma) con su novia con el gol de Gemmill en el mundial del 78 como ejemplo de lo que la selección escocesa podría haber llegado y no fue capaz, pero también como metáfora de lo que su personaje podría haber logrado mientras su destino era sucumbir como uno más. De hecho, toda la literatura de Welsh está plagada de referencias futbolísticas que suelen tener una correspondencia con los personajes de sus novelas. Como ejemplo, en Crimen, su última obra, hay un pasaje maravilloso en el que a través de un fatídico partido de los Hearts se escenifica la entrada al mundo adulto del protagonista. En estos capítulos el fútbol no es secundario, sino el hilo conductor para hacer inteligible a los lectores la autentica carga dramática de lo que se está contando.
Y esta capacidad para la metáfora futbolística también se ha extendido al cine británico, como podeis observar en la obra de Shane Meadows: This is England (la película y la miniserie) y Somers Town, o la pertenencia a una afición como manera de combatir el propio desarraigo. Y también en la película de Ken Loach Looking for Eric, donde un gris personaje de la clase trabajadora de Manchester se redime a sí mismo a través de imaginarias conversaciones con un exquisito Eric Cantoná. De este realizador también se merece un visionado My Name is Peter, donde también se incide en la capacidad redentora del balompié, con un sobresaliente Peter Mulan como protagonista.
Conclusión: no hay que sentirse inferior porque nos guste el fútbol, porque igual no pasamos hambre como nuestros abuelos ni nos golpean los grises como a nuestros padres, pero no se puede decir que el mundo en el que nos ha tocado vivir sea fácil. Pero aquí estamos y aunque lo tengamos difícil lo haremos lo mejor que podamos, y en nuestro tiempo libre intentaremos desconectar de la forma que nos sea más placentera. Y esto es culturalmente valido aquí y en cualquier contexto. Porque el fútbol no es nada, pero nos ayuda a vivir que en ocasiones lo sea todo.
PD.- Soy consciente de que es un post larguísimo. Espero que haya gustado a los que se lo han leído entero.




3 comentarios:
Me ha gustado muchísimo el post y lo comparto de principio a final.
No entiendo la percepción social por la que si te gusta el fútbol eres un orangután forofo.
Lo he dicho muchas veces, para mí el fútbol es la representación artística más infravalorada del mundo.
¡¡¡BRAVO!!!!
Gracias por el apoyo, me alegro de que os haya gustado.
Publicar un comentario