Como contaba en el capítulo anterior de mis memorias futbolísticas, los cadetes del Polideportivo Almería tuvimos que abandonar Vietnam, el campo de fútbol con agujeros de rata y cañaverales en vez de líneas de banda. La solución temporal fue ir a Laos, el recinto ferial, recinto dedicado al deporte pero que a finales de agosto se transforma en la Feria de Almería. Allí, entre portería y portería se distribuían tres grandes agujeros de casi un metro de profundidad, justo donde habían plantado las farolas que iluminaban la feria y que a nadie se le había ocurrido tapar.
Antes del primer partido tuvimos un par de semanas de entrenamiento masivo, con cosas ilógicas como que chavales que están todo el día jugando al fútbol con sus amigos de repente tengan que dar montones de vueltas a un campo para "coger la forma", o ir a correr a la playa con las botas puestas para después jugar un partido sobre la arena descalzos, o darnos paseos por la ciudad corriendo mientras el entrador iba en moto. Todo aquello sólo servía para dos cosas, poner a prueba al entrenador y hacernos más "inteligentes".
Los días que teníamos que dar vueltas al campo nos escondíamos detrás de lo primero que encontrábamos, algunos saltaban sin saber donde caerían en una acequia que generalmente estaba vacía, otros se subían a un árbol medio pelado, la mayoría nos turnábamos tras unos setos donde se nos veía bastante fácil. Evidentemente el entrenador se daba cuenta y ahí es donde salía toda nuestra agudeza.
- A ver tú, ¿pero qué haces en el árbol?, venga baja y ponte a correr ahora mismo.
- Soooooocio, que estoy meando - mientras, para dar veracidad a su discurso, se disponía a mear desde lo alto del árbol.
El día a día era un tira y afloja con el entrenador, una batalla que iba perdiendo cada vez que intentaba ponernos a prueba. Si un día se enfadaba y nos hacía un entrenamiento sólo físico con conos a los que teníamos que zigzagear, al día siguiente los conos aparecían en lo alto del famoso árbol en un sitio que ni un mono borracho intentaría subir, si otro día nos sacaba a correr con la moto, al día siguiente aparecía con las ruedas pinchadas (sabíamos donde vivía). La verdad, no se de donde sacaba la motivación, nosotros poco a poco fuimos moldeándolo, hasta el punto de que comenzó a imitarnos y como otro quinceañero de instituto se dedicó a amargarle la vida a los más débiles, el típico truco para demostrar tu poder a los demás machos alfas del grupo (ya contaré más cosas otro día sobre el pobre chaval que se convirtió en su víctima).
En definitiva, tras varios entrenamientos por fin llegó nuestro primer partido de liga. Alguien se había olvidado que la federación cobraba dinero por hacer las fichas de los jugadores, así que mientras los directivos se lo pensaban perdimos dos partidos por no poder presentarnos hasta que definitivamente nos hicieron las fichas (eso sí, ya que las pagaban aprovecharon y nos obligaron a firmar por cuatro años, de donde en otra entrada contaré como hicimos varios jugadores para rescindir el contrato antes de tiempo).
El primer partido llegó y fue realmente un espectáculo. Mientras el entrenador estaba fuera del vestuario un viejo que iba a hacer de speaker nos dijo que escribiésemos en una hoja numerada los nombres de los jugadores. Por no excederme en palabras malsonantes recordaré solo los de: rata del desierto, culo-avispa, fuma-platas... Al final entre la calidad de los altavoces y la dicción del speaker no se entendía ni cuando decía los números, así que no sabemos siquiera si entendió lo que escribimos.
Yo como era uno de los más altos del equipo había sido designado a jugar de central con el número cinco. Además por no sé que razón el entrenador me comentó pocos minutos antes del partido que yo tenía que dirigir la línea defensiva para hacer el fuera de juego (supongo que el día anterior se flipó viendo algún que otro partido). Creo que su táctica duró quince minutos, tal vez menos, lo suficiente para que se diese cuenta de que en el fútbol base no existen los linieres y que ya nos habíamos comido tres goles por intentar dejar al delantero en fuera de juego cuando el árbitro estaba a treinta metros. A partir de entonces dejó de hacerme gestos desde la banda y decidí pasar de las técnicas y dedicarme a marcar al delantero y despejar lo que pudiese. Perdimos por cinco goles, una tarde gloriosa.
Tras aquel partido llegaron una serie de seis o siete derrotas seguidas, éramos los últimos con bastante diferencia, además encajamos algún que otro 7-0 y creo que un 11-0, pero como el ave Fénix, el Poli renació de sus cenizas y rozó la gloria, hasta que nos vimos superados por el éxito y aprendimos la lección más importante de nuestras vidas, todo eso vendrá en capítulos posteriores.
Capítulos anteriores:
1 comentario:
Con el 5 de Zidane y 4 años de contrato,esto promete.jeje
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