Muchas cosas han cambiado desde la última vez, cambiamos nosotros y cambiaron ellos.
Pasó mucha gente, algunos se quedaron, otros se marcharon y unos pocos decidieron que nunca es tarde para poder regresar.
Durante este tiempo muchos de nosotros cambiamos de trabajo, cambiamos de novia, cambiamos de amigos y cambiamos de ciudad, pero nunca cambiamos de equipo.
Durante siete años y doce días estuvimos esperando, sufriendo, deseando que llegara el día en el que nuestro equipo estuviese ahí de nuevo, compitiendo con los mejores de Europa.
Y ese día ha llegado.
Muchas cosas han cambiado. Por aquellos días Figo seguía subiendo la banda, Zidane daba clases con el balón en los pies y Ronaldo ponía entrepiernas de corbata cada vez que amagaba una carrera.
Eran tiempos felices, cuando Beckham jugaba en el mediocentro y Raúl todavía era futbolista.
Fue el principio de la debacle, un par de semanas habían bastado para perder todo el territorio conquistado, hasta que a final de temporada se perdió tanto que hoy día aún tratan de recuperarlo.
Muchas cosas han cambiado. En aquella eliminatoria entre Madrid y Mónaco muchos sueños se perdieron por el camino, aprendimos que el éxito tiene fecha de caducidad.
Tropezando durante tanto tiempo incluso deseamos por momentos que acabara la agonía, que descendiéramos los escalones de golpe para no tener que seguir soportando la imparable caída.
Siete años esperando poder sentarnos delante del televisor, poner la radio o entrar al estadio y escuchar el himno que nos hace viajar a través de una de las competiciones más mágicas del mundo.
Muchas cosas han cambiado. Pero en el fondo es lo mismo de siempre, dos equipos luchando por la gloria, deseando formar parte de ese selecto grupo que la Copa de Europa escoge para auparlos a la categoría de mitos.
Levantarse después de caer, mirar a los ojos al éxito cada vez que el destino permite elegir el camino.
Porque muchas cosas han cambiado. Porque vuelven las grandes noches.
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