El portero veterano

No debía ser ni la 5ª ronda de Gin Tonics cuando sonó mi móvil, era el entrenador:

- ¿Diga?
- ¡Cañizares!
- ¿Que?
- Cañizares, que ha ocurrido un Cañizares. Que Cubillas se ha roto los ligamento cruzados bailando un cha cha chá en la boda de su hermano.
- Pero que me estás contando.
- Como te lo digo, deja lo que estés haciendo y tira para el estadio, hoy eres el portero suplente.
- Pero...
- Date prisa.

Hostia puta, tres años sin ir convocado y precisamente el último partido de la temporada, en la que el equipo se jugaba todo, tenía que pasar esto. El día de mi despedida del fútbol activo además. El día que me había ido con mis amigos a celebrar la retirada y llevaba entre pecho y espalda un chuletón, varias copas y cerveza como para parar un tren.

Cuando el taxi me dejó en el estadio y llegué al vestuario me dí cuenta de lo borracho que estaba. A duras penas, me puse la equipación y escuché la charla del entrenador sin prestar la más mínima atención. A mi que coño me importaba la suerte del equipo. Llevaba mucho tiempo deseando que mi contrato se acabara de una vez por todas. Con cuarenta años lo último que quieres es tener que convivir con una panda de niñatos arrogantes que te llaman abuelo y se ríen de ti a tus espaldas, tampoco soportas ya los abucheos del público y las jodidas cámaras de televisión, que me habían grabado quedándome dormido en la grada el año anterior. Si, habían sido muchos años de profesional y estaba deseando pasar página. Pero bueno, ya quedaba poco pese a este contratiempo, solo tenía que aguantar despierto las siguientes dos horas en el banquillo. No era para tanto, igual hasta podía volver luego de fiesta con los colegas.

Llegó el momento de saltar al césped y todos no levantamos al unísono... lo que provocó que a mí me entrara un mareo considerable que estuvo a punto de hacerme caer. Lo que es el destino. Sin ese mareo igual no hubiera ido con la mirada al frente para evitar caerme, lo que hubiera hecho que hubiese mirado para abajo y me hubiera dado cuenta de que tenía los cordones desatados. Y claro, si me hubiera dado cuenta no habría tropezado en las escaleras hacia el césped, y no habría provocado la hostia de Curro, el portero titular de ese día. Cuando su frente chocó contra el escalón se oyó un impacto tremendo, como una campanada fúnebre. Mi suerte estaba echada.

- Yañez, eres lo único que nos queda, te toca jugar.
- Vete a la mierda.
- ¿Podrás mantenerte despierto y en pie?
- Que te vayas a la mierda.
- Ese es el espíritu, ¡A por ellos!

Ahí estaba yo, subiendo las escaleras hacia el infierno. La luz del estadio sumada al ruido atronador de miles de gargantas estuvieron a punto de provocarme un colapso. De pronto una voz conocida llegó a mis oídos.

- ¡Fernando! ¡Fernado!- Para mi sorpresa, vi al Migue en la grada, era uno de los amigo que había dejado en la discoteca.
- ¿Que coño haces tú aquí?
- ¡Escuchame, no puedes jugar! ¡Te hemos hecho la broma del carbón!, ¡la broma del carbón!

No podía oír nada entre tanto jaleo, y el entrenador me empujó al terreno de juego antes de que pudiera acercarme a él para que me explicara que quería decir. ¿la broma del carbón? Bah, seguro que otra tontería de la fiesta de retirada que me habían preparado.

El partido dio comienzo y no habían pasado ni dos minutos cuando era evidente que me estaba meando debido a tanta espumosa. ¡Jesús!, ¡como me meaba!. Recordé mis tiempos en categorías inferiores. Allí este problema daba igual, te sacabas la chorra de los calzoncillos y meabas por el hueco que había entre tu pierna y el pantalón, a nadie le importaba. Pero ahora había cámaras, no te podías sacar un moco sin salir en slow motion en las teles de medio. Joooder... me estaba meando de lo lindo. Por lo menos, no tenía mucho trabajo debido al empeño de mis compañeros, que tenían acorralado al equipo contrario en su propia área.

Pero por fin llegó mi oportunidad, un corner en contra. Barullo en el área, empujones... Ideal para hacer mi truco. Tardé dos segundos en sacarla y empezar a mear tapado por el cúmulo de defensores y atacantes. Un gustazo... Pero no era mi noche, en uno de los forcejeos el central vino a caer sobre mí empujándome sobre el 9 del equipo rival, con el resultado de que el chaval acabó lleno a rebosar de mi orina. Cuando se dio cuenta de lo que acababa de pasar empezó a gritarme completamente fuera de sí. Ya saben, que si cerdo, que si guarro y toda la pesca. Lo gracioso es que siguió gritándome incluso cuando el centro de corner le paso a 3 centímetros de la cabeza. Ocasión perdida.

La consecuencia de esta jugada fue que el público, por primera vez en lustros, empezó a corear mi nombre. Además ya me sentía mejor, sin la monumental borrachera de un rato antes. Esto empezaba a tomar otro color, con la afición entregada, el precioso césped naranja y las luces de colores. ¿Cesped naranja?. ¡Mierda!, ¡la broma del cartón!, ni carbón ni leches. La broma del cartón es lo que hacíamos mis colegas y yo con 18 años y consistía ni más ni menos que en introducir un LSD en la bebida de un amigo cuando no miraba. Esos cabrones, esas jodidas ratas. Cerdos hijos de, je, mala madre que me hacían esto precisamente ahora. Je je, Bastardos, jajaja. JAJAJAJAJA.

A través de una cabeza cuyos escalofríos no paraban pude ver a alguien mirándome con cara de odio. Era el delantero de antes, uno de esos niñatos hormonados de 22 años que tienen pintas de facineroso. ¿Porque me miraba? Pues muy sencillo, porque nos habían pitado un penalty en contra y el chaval tenía que tirarlo, JAJAJA. Parece ser que el tema solo me hacía gracia a mi pues entre lágrima y lágrima podía ver como el cabreo del delantero meado iba a más por segundo.

- Vamos tira, que me meo de la risa. Prffff.

No se desde donde tomó carrerilla, pero si me dijeran que fue desde el centro del campo me lo creería. Tampoco se a donde la mandó, pero si alguien me contara que la sacó del campo tampoco me extrañaría. Total. La grada en éxtasis y el ariete que, haciendo honor a su nombre, se vino para mí para abrirme en dos de una hostia. Tangana, gritos, caos, amarilla para él y yo sin poder parar de reír.

Pero los ilustres lectores ya sabrán como acaban estas cosas. La risa dio paso al miedo, un miedo atroz. ¿Y si se daban cuenta de que estaba drogado?. A tal punto llegó mi paranoia que en el descanso me negué a bajar al vestuario, en lugar de eso permanecí en mi portería mirando la hierba fijamente. Había llegado a la conclusión de que si no levantaba la vista y no me veían los ojos, era imposible que nadie se diera cuenta de la situación. Ya saben, las cosas que pensamos son así, verdades absolutas en nuestra minúscula cabecita.

De este ensimismamiento me sacó el portero rival, que muy educadamente me indicó que en la segunda parte, yo jugaba en la otra parte del campo. Que majo. Para entonces ya se me estaba pasando el miedo a quedar en evidencia... tampoco era para tanto al fin y al cabo. Hasta el delantero del otro equipo se acercó para decirme algo, no pude más que pensar que seguramente fuera tan enrollado como su compañero de equipo.

- Te voy a matar.

Miedo, pánico, pavor. Pensé en navajas y pistolas, en pandillas de matones contratados para hacerme trizas en un callejón oscuro... pero que va, pronto descubrí que quería matarme a cañonazos. Por mucho que lo intenté en los siguientes 45 minutos, el tío me dio en los huevos, la cara, el estomago... hasta una vez, cuando se acercaba, intenté salir corriendo hacia atrás y el cabronazo consiguió darme en toda la coronilla.

Para cuando el arbitro indicó el descuento yo ya estaba hasta las pelotas de balonazos. Por mis muertos que la próxima no me la iba a calzar. Pero el chaval era persistente, y en la siguiente jugada vi como me volvía a enfilar con su mirada de depredador. Yo era un portero experimentado, que demonios, aguante hasta que armó la pierna, adiviné la trayectoria del tiro... y salte en dirección contraria.

El resultado fue un obús en toda mi jeta. Salí despedido hacia atrás como un pelele y cuando recobré un poco la orientación decidí que ya estaba bien. Iba a matar a aquel hijo de puta. Me levanté y fui directo a por él, pero los cabrones de mis compañeros no dejaban de agarrarme, los putos cagones de mierda. A mi me daba igual, yo quería sangre. Pronto vi que el público saltaba las vayas y también me agarraba. ¿Que cojones?, ¿Tanto le importaba a la gente que ajustara cuentas con aquel mamón?. Tarde un buen rato en darme cuenta que no me agarraban, me abrazaban. Parece ser, cosas de la vida, que habíamos ganado la liga.

5 comentarios:

JuamPi dijo...

Que perspectiva mas original!

Sr. Gordipan dijo...

Je,je.
Pues muchas gracias hombre

Adamantium dijo...

Esta historia,tiene mucho parecido a la pelicula,"jugar duro",muy buena x cierto,un gran articulo,Herr..mejor te llamo "el monje".

Sr. Gordipan dijo...

Hombre pues muchas gracias a todos. Aunque ya sabéis:
Decid no a las drogas.

Ya en serio, a Lama no le iban nada de bien.

Sr. Gordipan dijo...

A Lamá el portero frances. Al periodista le va de puta madre con los alucinógenos

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