Mi gran día

Soy Rosendito, nuevo en este blog, y os iré contando mis anécdotas relacionadas con el mundo del fútbol. Hoy os hablaré de uno de mis recuerdos de la infancia.

Era una tarde calurosa, tal vez de mayo o febrero, es lo que tiene el tiempo en Almería, que parece el mismo todo el año. Todo parecía indicar que iba a ser un día más en mi anodina y gris vida, y ni remotamente sospechaba lo que iba a acontecer.

Los capitanes se disponían a elegir a sus jugadores. Para ser capitán sólo hacían falta dos cosas: ser el dueño del balón o ser el lameculos del dueño del balón.

Ese trámite de elección de jugadores transcurrió como todos los anteriores: primero elegían a los cracks, en segundo lugar a los mejores amigos y por último estaba mi grupo, el de los torpes y con nula sincronización motriz. Fui el penúltimo en ser escogido. Ese día la suerte ya había empezado a sonreírme cuando fui elegido en el draft por delante del manco del pueblo. Y es que en la posición de portero era un factor importante poseer los dos brazos enteros.

El motivo por el que siempre era elegido portero, además de mi nula capacidad para bailar un vals con la pelota, era por mis carnes rechonchas y rebosantes, lo que quizás me restaba agilidad para atajar un balón por la escuadra, pero me otorgaba ventaja al poder cubrir con mi obeso cuerpo mayor porcentaje de portería.

Todo iba como de costumbre, con un marcador en contra de 4-0 a los 10 minutos de partido. Ese día estaba pletórico y había salvado a mi equipo de una goleada mayor. Sin embargo, algo no escrito en el guión ocurrió, las estrellas se alinearon a mi favor, o más bien fue nuestro 9 quién, tras una brutal entrada merecedora de tarjeta naranja, se estrelló de forma brusca contra el duro cemento, dejando 3 dientes en el suelo. Dichoso él, que esa noche iba a recibir una fortuna por parte del ratoncito Pérez. En ese momento, nuestro capitán, el lameculos del dueño del balón cambió el orden táctico y puso al suertudo mellado como portero y me situó a mí como ariete del equipo.

Aquello era una situación nueva y extraña para mí. Estaba al lado de una portería, pero no era la mía, era la del rival. Sentí como recaía sobre mis espaldas la misión de intentar darle la vuelta a aquel marcador adverso.

El primer balón que me pasaron mis compañeros no me llegó. El segundo tampoco. Ni el tercero ni el cuarto. No hubo un quinto.

Cuando ya todo parecía que íbamos a salir derrotados honrosamente con un 6-0 la suerte se alió conmigo. Un balón dividido en el centro del campo fue desviado de forma errónea por uno de los defensas, dejando el esférico a mis pies y por delante sólo tenía a un defensa, el manco, y el portero rival. Los recuerdos se vuelven difusos en mi memoria, de una forma magistral conseguí hacerle un dribling al manco, pero se rehizo y me rebañó el balón. Cuando todo parecía perdido, hice uso de toda mi fuerza bruta y metí tal patada a la pelota y a su pierna que pude haberlo dejado simétrico en su minusvalía. El balón entró como un obús por la escuadra, poniendo el gol del honor en el marcador. Me sentía en una nube, eufórico, exultante (y otros adjetivos que por entonces desconocía). Aquel había sido mi primer gol en mi corta carrera de futbolista. No todos los días un portero de 10 años conseguía marcar. Sin embargo, el capitán del equipo contrario no dio por válido el gol. ¡Me habían pitado falta en ataque! No se podía tocar al manco.

Aquello no iba a quedar así. Cogí el balón y me acerqué hasta el dueño. Estaba dispuesto a chutarle un balonazo en su cara, pero mi mala coordinación hizo que le golpeara de forma fortuita en sus imberbes testículos. Me dieron el gol por legal.

Poco más tarde estábamos todos recuperando fuerzas con unos Fresquitos, todos chupando los polvos pica pica con la piruleta, el manco con su muñón.

4 comentarios:

Sr. Gordipan dijo...

Bienvenido al blog Rosendito

Alex Gonzálvez dijo...

Gracias Herr Schmidt, a su disposición y a la de todos los lectores y lectoras

Xavitus Moore dijo...

Dura decisión elegir entre el gordo y el manco, me intento poner en la piel del capitán y extrapolarlo a mi barrio y no se decirte que hubiera hecho xD. Bienvenido al blog Rosendito, yo por fin esta semana tengo tiempo para pasarme por aquí.

Andreas Mauer dijo...

Bienvenido Rosendito, en mi barrio lo bueno del gordo era que tiraba "pepinazos" más fuertes que nadie y si tocaba jugar con un Mikasa no había quien parara pelota.

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