Nostalgia: el fútbol cuando éramos unos críos

Si bien es cierto que gente como nosotros (y como vosotros)  nos las damos de enterados sobre fútbol continuamente, seguro recordáis esos tiempos en los que éramos tiernos infantes y... también creíamos que lo sabíamos todo al respecto de ese deporte consistente en meter una pelotita entre tres palos. Un tiempo en el que la escala social se medía, cual pirámide alimenticia, entre los pocos que eran unos cracks y los muchos parias sociales que siempre optaban a ser los últimos en ser elegidos en las pachangas de barrio. Que tiempos aquellos.

No se si os acordaréis de ese clásico llamado el Ajo Pelotero. A parte de ser un juego mítico por razones obvias, bien es cierto que el balón solía acabar a tomar por culo tras apenas unos segundos. La verdad es que era algo más incómodo que el aeiou o el 1x2, sus equivalentes en plan voleibol. Por un lado en los segundos solían jugar niñas, lo que añadía un plus morboso al ejercicio, y por otro, más importante, está el hecho antes comentado de que había más posibilidades de mandar el balón a la mierda que de darle un buen pelotazo a alguien en toda la jeta. Aun así creo que todos hemos pasado horas jugando a un juego tan estúpidamente divertido. Porque darle patadas a un balón no implicaba forzosamente jugar un partido con un par de porterías-piedras-mochilas entre dos equipos, para nada.

Y es que, evidentemente, si nos hemos tirado toda la infancia jugando al fútbol es porque lo hacíamos sin importar las condiciones. Si no había 10, 8 o incluso 6 coleguillas pues nos las arreglábamos echando unos cocos o revoleras, donde solos o por parejas, teníamos que marcarle a un portero tras robar la pelota al otro equipo y salirnos del área que hubieramos dispuesto. Todo esto hasta que alguien perdía y pasaba a ponerse, a modo de castigo, bajo los palos. Tampoco nos importaba un carajo jugar al fútbol a las tres de la tarde en Agosto con 40º grados a la sombra. El termostato debe ser una cosa que nos instala Dios cuando nos crece el primer pelo en los huevos, porque antes podíamos estar dándole patadas a un balón bajo el sol más implacable mientras nuestras (pobreticas) madres se echaban las manos a la cabeza. Pero no solo no necesitábamos ni gente ni condiciones adecuadas para echarnos una pachanga, es que no nos hacía falta ni balón.

Porque amigos,  el esférico era en esta época un objeto codiciado y fácil de perder. Siempre estaba en peligro a causa de vecinos que no querían devolverte el balón cuando lo metías en su jardín, niños mayores que te lo embarcaban porque sí y canis/calorros que te lo querían robar. Es más, aunque no lo perdieras acababa hecho fosfatina: La mayoría de mis recuerdos de juego son con balones a los que no les quedaba nada de cuero y se habían quedado solo en la telilla esa que recubre la cámara. Jugar con ellos era como hacerlo con globos. Pero daba igual, porque era lo mejor que solía haber y si no nos las arreglábamos con pelotas de tenis, bolas de papel albal o lo que hubiera. La de partidazos que me habré echado yo dándole coces al aluminio del bocadillo hecho una bola. Eran unos tiempos en los que el partido en sí no era lo importante, sino divertirse y hacer volar la imaginación con las cosas que habíamos visto en la tele.

Como por ejemplo, el Tiro Combinado: Oliver Atton y Tom Baker fueron sin lugar a dudas los protagonistas del momento televisivo que más lesiones, patadas y peleas han provocado entre la chavalería de principios de los 90. ¿Quien no lo intentó en su momento con resultados catastróficos?. Lo peor es cuando ocurría el  milagro de que los dos implicados le dieran al balón a la vez y este salía recto hacia delante sin esos efectos mágicos que se veían en la serie. Una decepción tan grande que ya casi eramos lo suficientemente adultos para que nos dejara nuestra primera novia.

Y, que cojones, la fantasía prepúber seguía con regates tan extravagantes como las cachitas o túnel. Reconozcámoslo, por lo general el balón casi nos llegaba hasta las rodillas, y a parte de los dos o tres iluminados que gambeteaban hasta a su madre, este era el regate estrella de la muchachada antes de los 12 años. Pasar el esférico entre las piernas del contrario era la manera más humillante de sortear a un rival ya que además solían escucharse los ooohs, los aaahs y las carcajadas mofándose del pobre crío que había sido tan pringado como para dejar que la pelota le pasara debajo de sus imberbes testículos.

Porque, una cosa está clara, la relación entre el balompié y el juego al que jugabamos de chavales era meramente anecdótica. Todavía recuerdo las discusiones en torno a esa exquisita regla llamada el dos contra uno no vale, consistente  la absurda noción de que dos defensores no podían combinar sus esfuerzos para quitársela a un solo atacante. Nuestras cabecitas pensaban que lo lógico era ponerse en fila para que el Messi de turno nos fuera regateando de uno en uno... que años aquellos.

Desgraciadamente nos fuimos haciendo mayores y las conversaciones absurdas sobre fútbol basadas en cuatro chorradas que le habíamos escuchado a nuestro padre mezcladadas con otras tres que habían dicho en la tele fueron pasando a la historia. Aunque parezca mentira, fuimos aprendiendo viendo partidos, coleccionando cromos de Panini y, un poco más tarde, memorizando como idiotas las estadísticas de jugadores del Pc fútbol. Eran esos tiempos en los que creíamos que saber que Sanchís medía 1,77 metros y había nacido un 23 de Mayo de 1965 nos iba a servir de algo en nuestro periplo vital.

Que bonito que la vida nos haya pegado con tanta fuerza en los morros una vez que nos hemos ido haciendo mayores... Al final resulta que casi todos hemos acabado resultando ser ese chaval lleno de inseguridad al que los demás dejaban para el último en ser elegido. Parias en esta sociedad más interesada en nuestras debilidades de lo que está en nuestros puntos fuertes. Pero una cosa está clara,  no nos podrán quitar haber tenido una infancia tan (ignorantemente) feliz. ¡Viva Oliver y Benji!

Como muestra el documento gráfico, la amistad entre Oliver y Tom iba más allá.

1 comentario:

Andreas Mauer dijo...

Jejejeje, cuando el padre de turno regalaba a su hijo un Mikasa en vez de un adidas era temible. Cuantos dedos doloridos y balonazos en el estómago que te dejaban sin aire. O aquellos partidos en cualquier descampado con agujeros de rata a las 4 de la tarde de julio. También recuerdo el día que el mayor regateador de mi clase del colegio vino unos años después cuando ya estábamos en el instituto a entrenar conmigo y vi que el regatito corto con el que dejaba sentado a unos y otros en el patio del colegio ahora pasaba a ser una caricatura. El primer balón que tocó le duró milésimas y al tercero ya casi se fue llorando porque le habían entrado fuerte. También me acuerdo cuando uno aquí presente en su primer entrenamiento jugando de central se fue a presionar al extremo derecho y mi entrenador amablemente me explicó que lo de los nombres de la posiciones estaban para algo, la mayor lección de mi vida

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