En capítulos anteriores he contado como mi equipo salió del pozo en el que había entrado encontrando una serie de victorias que nadie esperaba. Éramos simplemente jóvenes con ganas de pasárnolo bien y hacer aquello que más nos gustaba: jugar al fútbol, pero circunstancias extrafutbolísticas nos hicieron perder el camino.
Hasta ahora no he hablado del masajista del equipo. En uno de nuestros primeros entrenamientos nuestro entrenador apareció con otro hombre de buena fe que sin cobrar venía cada día a hacer el papel de masajista. Nadie sabía ni tenía idea de si aquel tipo había estudiado en algún momento de su vida algo relacionado con el fútbol, el deporte o el trabajo de masajista, pero pronto aprendimos que ese iba a ser su rol en el club, así que nadie se preguntó más. Treinta minutos después de llegar nos hizo una demostración de como debíamos estirar las piernas en los calentamientos, unos gestos que nos recordaron a un personaje de dibujos animados bastante famoso por aquel entonces, desde entonces nuestro masajista pasó a llamarse el Goku. Un tipo singular bastante introvertido que no tenía tacto ninguno con jóvenes, y eso que un año después terminó trabajando de conserje en mi instituto.
El Goku consiguió que algún padre de jugador o aficionado casual diese dos mil pesetas para comprar gasas, esparadrapo, Cloretilo y Reflex, aquello parecía un lujo por entonces. Además intentaba obligarnos a que entrenásemos con espinilleras y a que no jugásemos a hacer tiros a puerta sin calentar mientras esperábamos al entrenador (uno acabó con desgarro muscular y meses lesionado por no cuidarse). Pero sus habilidades como masajista se demostraron en su primera actuación en el campo.
En uno de nuestros heroicos partidos, cuando nuestro lateral izquierdo recibió un balonazo en la cara que le inflamó bastante el ojo, nuestro Goku saltó al campo sin dudarlo con su kit de salvamento, le preguntó donde le dolía y raudo y veloz sacó el Cloretilo dispuesto a darle una buena dosis ocular. Gracias a dios sabe qué, mi compañero percibió el movimiento y reaccionó rápido. La patada en el pecho que le propinó mientras estaba en el suelo tumbado a la vez que gritaba "¿Pero qué haces? ¿A dónde vas echándome Cloretilo en el ojo?" nos demostró que teníamos que tener cuidado con nuestro masajista. A partir de entonces nadie dejaba que se le acercara a dos metros, su rol pasó inmediatamente a ser el de asesor del entrenador. El Cloretilo y Reflex pasaron a nuestro control, por lo que a partir de entonces cada vez que salíamos del vestuario antes de los partidos llevábamos un mareo que no era normal, de ahí aquello de que asocié el olor a Reflex a la competición. El fútbol siempre fue una droga.
A parte de esa anécdota hay miles que recordar que a cualquiera le harían temblar en cada partido. Como dije anteriormente, tras el movimiento táctico-estratégico-administrativo del club yo había pasado a ser el capitán del equipo, por lo tanto tenía que ir a firmar las actas en cada partido y hablar con el árbitro. Aquello me llevó a conocer un poco más a otros personajes del fútbol, los mayores sufridores del fútbol base.
Por mi experiencia diría que no hay partido en el que el arbitro no sea insultado y amenazado, que de cada tres o cuarto partidos un árbitro termina siendo físicamente agredido y que de cada tres árbitros en mi ciudad, uno no estaba en sus cabales. Todo depende siempre del ojo del que lo mira, pero un día con ponientazo (dícese de viento de Almería tipo tornado que viene del oeste), el árbitro puso el balón en el centro del campo para que sacásemos y evidentemente no se quedaba en el sitio, a lo que jocosamente respondió: "O te estás quieto o te pincho", recordándome a los buenos tiempos de los Morancos, si alguna vez los tuvieron. También recuerdo un árbitro llegando en Harley Davidson al campo prometiéndonos una "vuelta" si nos portábamos bien, al cual si sólo le pincharon las ruedas fue porque ganábamos y jugábamos en casa.
También recuerdo el gran derby, el día en el que jugábamos contra el Almería Club de Fútbol. Esa noche habíamos organizado una fiesta y nuestro entrenador nos prometió que si ganábamos traería a una gogó. Demasiada tensión para un grupo de quinceañeros hormonosos, perdimos 5-0 o tal vez por más, nuestro portero suplente agredió al árbitro (y se ganó doce partidos de suspensión) y esa noche bebimos ron con vodka y whisky todo en uno. Beber para olvidar. ¿Os acordáis de cuando Robinho acorraló a Diarra con una botella de champan? Nosotros acorralamos al Goku con una de calimocho, él no salió tan limpio como el de Malí.
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